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El olfato llega más que ningún otro sentido a nuestra esfera irracional y emotiva produciendo sentimientos de simpatía o de rechazo. Los estímulos olfativos alcanzan directamente la corteza cerebral sin ni siquiera pasar por el tálamo (que reelabora racionalmente) por lo que es dificil describir los olores o darles un nombre. En compensación son registrados indeleblemente por nuestra memoria. Basta sentir un olor conocido para que regresen a la mente situaciones y emociones de nuestro pasado, incluso las más lejanas.
El olor hace que comamos o no un alimento y esto lo sabe muy bien la industria de aromas artificiales que nos hace aceptables alimentos que en realidad son grises y carentes de aromas debido a los tratamientos rápidos y químicos.
En cambio los alimentos artesanales de calidad, como el aceite de oliva extra virgen, el vino, el queso, la miel, tienen una compleja armonía de aromas que los defien como tales y que nos aportan información sobre sus virtudes.
Desde el punto de vista fisiológico, el olfato es un sentido químico. La sensibilidad olfativa varía mucho de una persona a otra y es un sentido que se resiente rápido. Si vivimos en un lugar muy contaminado nuestra nariz se va atrofiando, igual que si abusamos de perfumes, desodorantes y alimentos industriales aromatizados artificialmente.
Para mantener viva nuestra nariz es conveniente despojarse de artificios, volver a comprar productos frescos en el mercado (sin tanto envoltorio colorido), salir a pasear fuera de la ciudad y dejar de usar esos perfumes artificiales que realmente se inventaron para disimular la falta de higiene. Hoy no los necesitamos.